El pastor David, en el norte de Nigeria, jamás pensó que su iglesia, un lugar de paz y esperanza, se convertiría en cenizas. Un día, mientras se preparaba para el servicio dominical, un grupo de extremistas musulmanes armados irrumpió en la aldea. Destruyeron la iglesia, incendiaron las casas y dejaron tras de sí un rastro de destrucción y muerte. El pastor David, junto con algunos miembros de su congregación, apenas logró escapar con vida. Pero el dolor era profundo. Su comunidad de fe, construida con años de oración y servicio, había sido arrasada en un instante.
Lamentablemente, la historia de David no es única. En Nigeria, las iglesias cristianas son blanco frecuente de ataques. Grupos extremistas como Boko Haram y los pastores Fulani han perseguido sistemáticamente a los creyentes, sembrando terror entre las comunidades cristianas. El objetivo de estos ataques no es solo destruir edificios, sino intimidar a los cristianos, desmoralizarlos y erradicar su fe. El pastor David perdió su iglesia, pero no su fe. En medio del dolor y la pérdida, sigue confiando en el llamado de Jesús.
Jesús mismo advirtió a sus seguidores sobre esta realidad. En Juan 15:18-19, les dijo: “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os odia”. Estas palabras resuenan con fuerza en contextos de persecución como el de Nigeria, donde los cristianos, como el pastor David, enfrentan la hostilidad por causa de su fe.
El sufrimiento de la iglesia perseguida plantea un desafío profundo para el resto del cuerpo de Cristo. La violencia y el extremismo no solo están presentes en Nigeria, sino también en otras regiones como Oriente Medio, África y Asia, donde el radicalismo islámico, hinduista y budista sigue creciendo. En muchos casos, no solo son atacados los edificios eclesiásticos, sino que los pastores y creyentes son encarcelados, asesinados, o enfrentan leyes que restringen su fe.
A pesar de estas pruebas, la fe de la iglesia perseguida es un testimonio poderoso. En lugar de silenciarse, su sufrimiento sirve como un recordatorio de la obra redentora de Cristo y del costo de seguirlo. Jesús ya les había advertido que enfrentarían estas tribulaciones, pero también les aseguró su victoria: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Hoy, la iglesia libre está llamada a orar, apoyar y aprender de los creyentes que enfrentan persecución. La historia del pastor David es una de muchas, pero es un recordatorio de que, a pesar de la oscuridad, la luz de Cristo sigue brillando.
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Dr. Gerrit Vreugdenhil, Guerra Invisible, Cartago (Colombia: Presencia Ediciones), 2024